Vértigo

A 60 metros de altura no sabría si caer.

lunes, 15 de agosto de 2016

Intento distinto.

Hace algunos días que intento ser una persona sin tener prejuicios, sobre todo en esta ciudad, donde si miras más de dos segundos a una persona por encima ya te están montando una tercera guerra mundial o algo por el estilo. Aquí la moda es tan distinta como la actitud de los ciudadanos, es verdad, no nos parecemos en nada. No importa si vas disfrazado de cualquier cosa y sales a la calle, o si directamente vas sin ropa, no te van a mirar, no te van a decir nada, a no ser que sean extranjeros, como nosotros.

Llevo un mes y medio observando todo lo que veo aquí, el control que se tiene en todo, como van de bien los medios de transporte (en realidad me alegro de que no hayan retrasos, son muy puntuales), en cómo te dejan a penas 7 segundos para cruzar una calle, la de gente que hay, aunque vivas en un barrio residencial que viene a ser el nuestro, el espíritu colegial que llevan la mayoría de las personas que se cruzan conmigo, llevando una mochila llena de carpetas o del material que necesitan para trabajar (ahora yo me he convertido en una de esas personas...). En fin, hay tantas cosas que son distintas que por otro lado también son muy obvias. Es normal que aquí haya un mayor número de niñas y niños obesos, o diabéticos, puesto que en todos los supermercados hay como mínimo tres pasillos de dulces, de los cuales yo me paseo e intento evitar la tentación de comprar alguna tontería, pero es muy difícil. Si es difícil para mí que vengo de fuera, no sé cómo lo pueden llevar las personas que viven aquí y que se gastan la mitad de su sueldo en dulces, salados y otras grasas. El consumo de dulces es mucho más alto que el de la verdura, aunque debo decir también que los pasillos que hay para comprar verdura o fruta son dos y que lo que se acaba enseguida es el aguacate, un alimento que ahora forma parte de mi vida diaria, puesto que no paro de comer y de comprar. 

Hablando de comida, como mi trabajo me obliga a transportarme en autobús, en el mes de julio, cuando los jóvenes aún iban al instituto o al colegio, veía lo que para ellos sería su merienda, y qué falta hacen aquí los bocadillos, madre mía. Su "merienda" era una visita al McDonalds (o demás) con extra de patatas fritas y un refresco, y creedme, a esa hora aquí aún no es hora de cenar, que de los horarios de comer, ya hablaremos. Creo que las únicas personas que vemos eso como un abuso de grasas en los cuerpos de aquellos que aún están creciendo, somos las que venimos de fuera, es decir, aquellos que ahora mismo somos o una amenaza para los racistas, o unos extranjeros viviendo en su país para los que nos aceptan, claro. Y sí, hay racistas, por desgracia deben de haber más de lo que nos hemos encontrado, puesto que por suerte solo hemos recibido las "burlas" e insultos de uno. 

La verdad es que los días aquí pasan demasiado rápido, será que a nosotros también nos ha afectado el no tener tiempo, tener que ir deprisa o dormir demasiado, que también está afectándome, esta ciudad me da mucho sueño, pero demasiado. Tengo ganas de volver a casa, sobre todo porque echo mucho de menos la comida, y tener que vivir en una casa donde haya espacio para todos y que haya un comedor. Necesito también el sol y un poco de calor no vendría mal, aunque dormir con mantas, tampoco está mal.