Vértigo

A 60 metros de altura no sabría si caer.

martes, 23 de septiembre de 2014

Mi sitio favorito.

Nunca he tenido un sitio donde pasar y recordar a alguien, excepto la otra noche. En la policía, te vi a ti dándome dos besos y empezar a andar hacia la playa como hacíamos cuando quedábamos las primeras tardes de marzo. Hablar sin decir nada y decirlo todo y embadurnar todos mis sentidos de felicidad. Recuerdo que estaba tan nerviosa que me quedé sin uñas y cuando te vi, sin aliento. La primera tarde que fui no sabía que tema de conversación acabaría por hacernos quedar en silencio, pero eso, no pasó ni ha pasado nunca. Quería que esa tarde no se acabara nunca, pero se consumió más rápido que un cigarro. Recuerdo que no sabíamos a donde parar y acabamos por recorrer toda la playa. Recuerdo que nos sentamos en un banco, y en ese momento fue cuando te conocí un poco más de lo que te conocía y donde descubrí que igual, tu si que tenías algo diferente a todos los demás. A tiempos de hoy no me he equivocado, y en estos 5 meses he podido disfrutar de cada día, pero aún no sé controlar el tiempo, ni como hacer que todos los días contigo pasen más lentos.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

(D) escribir

Una vez más, estoy sentada en este muro, donde recuerdo perfectamente como venías y te ibas. Recuerdo nuestro primer restaurante y nuestra primera escapada, sobretodo porque yo nunca había pisado el mundo exterior, excepto contigo. Y suena raro y extraño, pero es más extraño no verte por aquí. Te echo de menos y me pesa cada vez que miro en el buzón y ya no hay cartas.. estoy tan lejos de ti... Recibía el cariño de las aves y el calor del sol cada vez que nos echábamos a volar, y encendías con miles de promesas una parte de mi que no sabía sonreír. Me prometiste que escaparías conmigo a un sitio donde nada era real, donde cada paso que dabas era en vano y no sé cuantas cosas más. Quizás esta sea la última noche que me acuerdo de ti, o esta sea la última vez que este bolígrafo sangra para escribirte, y que mi cuerpo escriba para ti. Tengo aquí delante mía, las agujas que me regalaste para que mi tiempo no se escapara, y aún no sé como pararlas, pues últimamente ya no sé ni como mirarme al espejo. Me enseñaste a bailar al borde del precipicio, y a leer cartas que ya nadie sabía donde estaban. Me llevaste a ese sitio, donde están todos los objetos perdidos de las personas, y allí, se puede decir que me encontré. Al saber que había nacido en medio de un campo de olvidos, y a los lados de miles de plantas dulces, me quedé a mirar girasoles, sabía que ahí estaba mi padre. Y por la noche cuando el cielo se escondía tras ese manto oscuro, veía siempre a mi madre, brillando... Paciencia y arte, arte y paciencia son las palabras que me repetías cada vez que tenía un saco entero de preguntas. Y ahora, te vas, pues no me queda nada más que decirte, gracias por hacerme vivir.

Una pequeña aldea del cielo. 1652

Septiembre