Vértigo

A 60 metros de altura no sabría si caer.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Hablemos de danza.


Hoy, he decidido hablar de mi gran afición, de mi gran salvación.
No recuerdo exactamente a qué años empecé a bailar, ni tampoco recuerdo en qué momento decidí que esto era lo único que podía hacerme sentir realmente bien. Digamos que a los cuatro años empecé con Ballet, una asignatura que siempre tendré pendiente, puesto que ya no he vuelto a bailar. Luego hice gimnasia artística, no tengo muchos recuerdos de ella, salvo alguna que otra vez encima de una barra intentando equilibrarme. Ahora que lo pienso, cada vez que me subía a esa barra a un metro del suelo (en ese momento era más alto que yo), no quería bajarme, no quería sentir otra vez el suelo, ahí estaba segura, controlaba yo mis pasos y nadie ni nada era un obstáculo para mi. Menuda metáfora de vida una barra de madera donde cada paso contaba. Dentro de la gimnasia, probé el trampolín, recuerdo que era una de mis actividades favoritas, y por eso cada vez que iba a la feria entraba a las colchonetas y empezaba a hacer volteretas al aire como si el mundo se acabara o como si la gravedad no existiera para mi. Siendo pequeña he tenido muchísima imaginación, y pienso que por eso a estas alturas a todas las cosas y a todas las personas les encuentro otro sentido en esta vida, por eso creo una realidad paralela a la que llevo encima, por eso intento huir de lo corriente.
A los cinco años, o seis, entré en el gimnasio donde determinaría mi vida. No sé porqué es el único lugar que puedo llegar a recordar el primer día que entré en esa sala, en ese sitio donde a día de hoy sigue siendo el único lugar donde podía ser yo. Durante esos años me he dedicado a bailar todo lo que nos proponía la profesora, siempre encontraba un baile que iba a ser mi favorito, y algunos que los odiaba pero que no tenía otra opción que bailarlos. Siempre lo he dado todo en esos bailes, siempre estoy enseñando lo mejor de mi, y pienso que al final se refleja. 
Más adelante lancé una de las balas más importantes de mi vida, y fue a darle al objetivo, a la danza del vientre. Creo que desde que bailo danza oriental, sé exactamente quien soy, sé qué partes de mi cuerpo bailan conmigo, cuales me sorprenden, y cuales bailan sin mi. Sé que la magia existe cuando dejas que vuele un pequeño velo con la ayuda de tus brazos. Sé que tengo el control sobre mi y eso me encanta. El momento más mágico para mi es cuando saco las alas, cuando ellas me hacen sentir como un ave que vuela pero sin dejar de tener los pies en el suelo. Como si tuviera super poderes y entre ellos uno es la libertad. Luego llega el momento de salir al escenario, es una sensación bastante extraña, puesto que se mezclan meses de ensayo y esfuerzo, ganas, nervios, lloros, felicidad... Es uno de los momentos más fascinantes de la danza y es una de las sensaciones que no he llegado a alcanzar nunca. Creo que volver a bailar ha significado una vuelta a mi yo anterior bastante importante, es como si hubiera vuelto a aparecer, como si hubiera estado un tiempo perdida y ahora me estoy encontrando, poco a poco. 
No sé, realmente pienso que una vez empiezas a encontrarte ya no hay forma de volver a perderte, o sí, pero no quiero descubrirlo. Igual nunca me he encontrado y pienso que sí, igual tengo una imagen equivocada sobre mis gustos y aparece algo que me haga sentir mucho mejor que la danza, o igual, mi vida está hecha para que la música guíe mis pasos y para que yo guíe a mi cuerpo.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Noviembre en estado de:

El café por las mañanas se ha convertido en mi salvación. Creo que he cambiado, o que todo está cambiando. Ya no me importa levantarme pronto para ir a clase, porque sé que ,aunque sea un día bastante pesado, me va a gustar estar encerrada en clase más de cuatro horas, porque es algo que realmente estoy empezando a querer, ser periodista. Mi grupo de clase ya no solo habla de exámenes y de ejercicios o trabajos que hacer como el del año pasado, este nuevo grupo ya está practicando ser periodista informando de todo lo que pasa en el mundo, y opinando sobre cómo transmiten esas noticias o porqué no las transmiten. Mis amigos están siendo más amigos que nunca, ahora ya quedamos todos los fines de semana, hablamos sobre nuestras vidas, nos bebemos un par de cervezas y cuando van a cerrar nuestro discurso nos vamos cada uno a su casa con una sonrisa en la cara. Ahora podemos hablar de lo que sea, pues todos hemos cambiado y ya no somos tan inmaduros como hace unos años. Los domingos para mi ya no son solo de películas y mantas, ahora busco noticias en los diarios, miro alguna serie en inglés, leo ese libro que tiene más de 400 páginas en mi mesita, esa revista que me la traen cada mes, y si tengo tiempo, aprendo a dibujar mandalas para colgar en mi habitación.
Las cosas están cambiando, ahora quiero aprender a hacer surf, a patinar sin miedo, a bailar sin vergüenza y a controlar la risa. Ahora tengo el diario que nunca he tenido, donde él sabe más todo lo que me pasa que yo misma. Ahora no me da vergüenza salir a la calle "arreglada" para ir con amigas a tomar conversaciones entre tazas de té. Ahora estoy empezando a querer verme en el espejo con ese vestido que hace un par de años lo habría encerrado en un baúl y hubiera dejado que se hiciera mayor ahí mismo. Es posible que la poesía ahora esté más presente en mi vida que nunca, puesto que ya no solo la leo, ahora la escucho y ella me escucha a mi, nos contestamos mutuamente y cuando llega al final, se despide de mi.  Ahora intento llevar mi vida en una línea que no se pare al "otra cosa mariposa", quiero tener el control sobre ella, porque siempre ha llevado ella el control sobre mi. No sé, es posible que ahora pueda controlarme más y pensar antes de actuar, es posible que ahora esté más pendiente de mi agenda y no dejo las cosas para el final tanto como antes, que eso no quiere decir que haga todo a tiempo, porque no es así.
En resumidas cuentas, me he dado cuenta de que realmente no me he equivocado de carrera, puesto que la creatividad se juega al 100%, que tengo unos compañeros de clase que sé que en un futuro serán grandes periodistas, que ahora ya no dependo de nada, ni de nadie, que me preocupo por todo el mundo al igual que me preocupo por mi. Ya no me quedo quieta mirando la televisión, no tengo tiempo para eso. Ahora ya no me visto solo con ropa de armario, sino que también utilizo un poco de valentía, valor y felicidad, esas tres cosas que tenía escondidas en un cajón.

domingo, 1 de noviembre de 2015

La hora del té.

Se nos ha ido la hora de tomar el té invisible con las tazas de plástico y de las comidas sin grasas. Se nos ha ido la infancia sin darnos cuenta, ahora ya no vamos al País de las Maravillas a buscar nuestras muñecas favoritas y a inventarnos mil cosas sobre ellas. Ahora ya no invadimos el pasillo con las Polly's y tampoco con los barriguitas. Creo que el conejo que llevaba el tiempo de Alicia en sus manos, se ha llevado el nuestro también. Ahora la habitación de los juegos es una más de la casa, ahora nuestras muñecas están guardadas en el trastero, o alguna niña estará re-bautizando alguna de nuestras muñecas para disfrutarla como lo hicimos nosotras. Ya no nos metemos dentro de una casita y nos imaginamos que esa casa es nuestra. Ya no sacamos el carrito con nuestros "bebés" y vamos por la calle imitando a mamá como cuando nos llevaba a nosotras. Ahora todo es distinto, Carmen.
Ahora ya no coincidimos en el desayuno como antes lo hacíamos. No nos peleamos por levantarnos antes, es más, ahora no nos queremos levantar de la cama. Antes nuestro mundo era esa pequeña habitación de la casa, que para nosotras era un mundo, ahora, nuestro mundo está fuera de casa. Ya no controlamos la hora del té, ni nos hacemos las merendolas con el Sombrerero Loco. La reina de corazones ya no quiere nuestra cabeza, pues ahora ya no tiene la imaginación ni la magia que tenia, ahora ya no sabe montar historias con tres muñecas, ni sabe imaginarse que una cocina de plástico podía alcanzar a la realidad. Ahora ya no le damos a probar a mamá esa tarta que ha estado en el horno un minuto y medio mientras sonaba una canción de las Bratz.
Hemos crecido, ya no dependemos de nadie, ya no dependemos de nosotras. Antes estábamos dispuestas a irnos los domingos al parque, a separar espacios entre los columpios imaginando que cada uno de ellos era una casa de las dos. Ahora no nos queda nada de eso, y lo sé, porque el otro día me encontré perdida en nuestro baúl, la última muñeca que nos dieron por navidades. Y lo se, porque esa muñeca no me decía "es hora de comer" o "tengo sueño mamá". Antes teníamos esa capacidad de imaginarnos que las muñecas nos podían hablar, que ellas eran las hijas que querríamos tener en un futuro. Antes nos levantábamos a media noche corriendo para ir a taparlas por si acaso pasan frío, incluso entrábamos las cunas a nuestra habitación y las poníamos al lado de nuestra cama, por si acaso. Creo que esa era nuestra única protección y salvación.
Ahora ya no necesitamos salvarnos.
Lo único que colocamos al lado de nuestras camas son los apuntes del examen de mañana. Lo que nos despierta por la noche a las tantas somos alguna de nosotras volviendo de fiesta. Aquellas niñas que jugaban con las muñecas, que mamá les reñía por dejarlas siempre por los pasillos, que se levantaban rápido para darle un beso a mamá y tomarnos el desayuno juntas, aquellas niñas que se vestían igual, que tenían miedo a la noche y sueños por hora, han dejado de ser niñas.
¿Sabes por qué me recuerda a Alicia en el País de las Maravillas? Porque justamente en esa habitación estaban todas nuestras maravillas, todas nuestras tazas de té, nuestra reina de corazones, nuestro Sombrerero Loco, nuestro Gato de media sonrisa... Ahora, hemos colgado el vestido de Alicia en ese viejo armario, y nos hemos ido a por otro cuento, aunque sé que algún día volveremos al País de las Maravillas.