Vértigo

A 60 metros de altura no sabría si caer.

domingo, 1 de noviembre de 2015

La hora del té.

Se nos ha ido la hora de tomar el té invisible con las tazas de plástico y de las comidas sin grasas. Se nos ha ido la infancia sin darnos cuenta, ahora ya no vamos al País de las Maravillas a buscar nuestras muñecas favoritas y a inventarnos mil cosas sobre ellas. Ahora ya no invadimos el pasillo con las Polly's y tampoco con los barriguitas. Creo que el conejo que llevaba el tiempo de Alicia en sus manos, se ha llevado el nuestro también. Ahora la habitación de los juegos es una más de la casa, ahora nuestras muñecas están guardadas en el trastero, o alguna niña estará re-bautizando alguna de nuestras muñecas para disfrutarla como lo hicimos nosotras. Ya no nos metemos dentro de una casita y nos imaginamos que esa casa es nuestra. Ya no sacamos el carrito con nuestros "bebés" y vamos por la calle imitando a mamá como cuando nos llevaba a nosotras. Ahora todo es distinto, Carmen.
Ahora ya no coincidimos en el desayuno como antes lo hacíamos. No nos peleamos por levantarnos antes, es más, ahora no nos queremos levantar de la cama. Antes nuestro mundo era esa pequeña habitación de la casa, que para nosotras era un mundo, ahora, nuestro mundo está fuera de casa. Ya no controlamos la hora del té, ni nos hacemos las merendolas con el Sombrerero Loco. La reina de corazones ya no quiere nuestra cabeza, pues ahora ya no tiene la imaginación ni la magia que tenia, ahora ya no sabe montar historias con tres muñecas, ni sabe imaginarse que una cocina de plástico podía alcanzar a la realidad. Ahora ya no le damos a probar a mamá esa tarta que ha estado en el horno un minuto y medio mientras sonaba una canción de las Bratz.
Hemos crecido, ya no dependemos de nadie, ya no dependemos de nosotras. Antes estábamos dispuestas a irnos los domingos al parque, a separar espacios entre los columpios imaginando que cada uno de ellos era una casa de las dos. Ahora no nos queda nada de eso, y lo sé, porque el otro día me encontré perdida en nuestro baúl, la última muñeca que nos dieron por navidades. Y lo se, porque esa muñeca no me decía "es hora de comer" o "tengo sueño mamá". Antes teníamos esa capacidad de imaginarnos que las muñecas nos podían hablar, que ellas eran las hijas que querríamos tener en un futuro. Antes nos levantábamos a media noche corriendo para ir a taparlas por si acaso pasan frío, incluso entrábamos las cunas a nuestra habitación y las poníamos al lado de nuestra cama, por si acaso. Creo que esa era nuestra única protección y salvación.
Ahora ya no necesitamos salvarnos.
Lo único que colocamos al lado de nuestras camas son los apuntes del examen de mañana. Lo que nos despierta por la noche a las tantas somos alguna de nosotras volviendo de fiesta. Aquellas niñas que jugaban con las muñecas, que mamá les reñía por dejarlas siempre por los pasillos, que se levantaban rápido para darle un beso a mamá y tomarnos el desayuno juntas, aquellas niñas que se vestían igual, que tenían miedo a la noche y sueños por hora, han dejado de ser niñas.
¿Sabes por qué me recuerda a Alicia en el País de las Maravillas? Porque justamente en esa habitación estaban todas nuestras maravillas, todas nuestras tazas de té, nuestra reina de corazones, nuestro Sombrerero Loco, nuestro Gato de media sonrisa... Ahora, hemos colgado el vestido de Alicia en ese viejo armario, y nos hemos ido a por otro cuento, aunque sé que algún día volveremos al País de las Maravillas.

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